-Hola abuela, soy yo, Peter. Mi madre
ha dicho que has llamado y que era urgente, ¿ha sucedido algo? ¿Estáis bien el
abuelo y tú?- mi voz se fue haciendo más aguda según hablaba, me sonaba lejana,
como si fuera la voz de un perfecto desconocido.
-La verdad es… que no, cariño… ha
muerto.-aquellas palabras me cayeron encima como si de una sentencia se
tratara. Sabíamos que el abuelo estaba enfermo, los médicos anunciaron que no
le quedaban muchos meses de vida, aunque no pudieron determinar la enfermedad.
Dijeron que la vida se le escapaba rápidamente, que parecía como si alguien lo
estuviera envenenando lentamente hasta morir. Pensé que tenía asumido que mi
abuelo iba a morir, pero resultó que no era así. No quise creerlo, así que le
pregunte a mi abuela:
-¿Quién ha muerto, uno de tus gatos?
-Peter sabes perfectamente de quien
estoy hablando- ahora mi abuela parecía enfadada- por favor, no me hagas
decirlo en voz alta.
Entonces me di cuenta de que mi abuela
debía de estar pasándolo mil veces peor que yo, sola en casa, confusa y desolada,
sin saber qué hacer, con sus gatos y un cadáver como única compañía.
Por eso, respiré hondo y decidí hacerme
cargo de la situación.
-¿Has llamado a la policía? ¿a
urgencias? ¿a la funeraria?- me di cuenta de que no se me daba bien eso de
hacerme cargo de la situación, seguramente estaba tan perdido como debía
estarlo ella. Por eso me sorprendí al oírla decir con firmeza:
-Sí, y ya se han llevado el cuerpo,
todavía no me han concretado cuando será el funeral pero creo que deberías
estar aquí para entonces, no sé si tu
madre querrá venir por como quedaron las cosas con tu padre, pero estoy segura
de que tu abuelo querría que vinieses.
Mi padre y mi madre llevaban bastantes años juntos cuando ocurrió “el
accidente”. Por aquel entonces, ella sospechaba que pudiera estar siéndole
infiel o algo peor. Mi padre recibía llamadas a altas horas de la noche y
desaparecía sin dar explicaciones; cuando volvía, mi madre estaba hecha una
furia, pero al final siempre lo perdonaba y él parecía quererla de verdad. Pero
una vez desapareció toda una semana, no apareció en casa, ni en el trabajo, ni
en ningún lugar que él soliera frecuentar. La policía investigó el caso,
descubrieron que había tomado un vuelo a
su país natal, aunque no se había puesto en contacto con sus padres, que seguían
viviendo allí. Mi madre y yo viajamos hasta allí y tres días después de nuestra
llegada, mis abuelos vieron el cobertizo del jardín trasero ardiendo, mi padre
estaba allí dentro. Los agentes no pudieron determinar si se trató de un
suicidio, un asesinato, o un accidente. Cuando los bomberos consiguieron
extinguir el fuego, encontraron el cadáver de mi padre allí. Lo sacaron bajo
una sábana pero se deslizó y pude ver los restos calcinados del que fue mi
padre. No pude dormir en varias semanas y aun hoy, cuando ni siquiera puedo
recordar su rostro, de vez en cuando me asaltan pesadillas relacionadas con el
fuego.
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