viernes, 18 de mayo de 2012

Capítulo 2



         -Hola abuela, soy yo, Peter. Mi madre ha dicho que has llamado y que era urgente, ¿ha sucedido algo? ¿Estáis bien el abuelo y tú?- mi voz se fue haciendo más aguda según hablaba, me sonaba lejana, como si fuera la voz de un perfecto desconocido.

         -La verdad es… que no, cariño… ha muerto.-aquellas palabras me cayeron encima como si de una sentencia se tratara. Sabíamos que el abuelo estaba enfermo, los médicos anunciaron que no le quedaban muchos meses de vida, aunque no pudieron determinar la enfermedad. Dijeron que la vida se le escapaba rápidamente, que parecía como si alguien lo estuviera envenenando lentamente hasta morir. Pensé que tenía asumido que mi abuelo iba a morir, pero resultó que no era así. No quise creerlo, así que le pregunte a mi abuela:

         -¿Quién ha muerto, uno de tus gatos?

         -Peter sabes perfectamente de quien estoy hablando- ahora mi abuela parecía enfadada- por favor, no me hagas decirlo en voz alta.

         Entonces me di cuenta de que mi abuela debía de estar pasándolo mil veces peor que yo, sola en casa, confusa y desolada, sin saber qué hacer, con sus gatos y un cadáver como única compañía. 

         Por eso, respiré hondo y decidí hacerme cargo de la situación.

         -¿Has llamado a la policía? ¿a urgencias? ¿a la funeraria?- me di cuenta de que no se me daba bien eso de hacerme cargo de la situación, seguramente estaba tan perdido como debía estarlo ella. Por eso me sorprendí al oírla decir con firmeza:

         -Sí, y ya se han llevado el cuerpo, todavía no me han concretado cuando será el funeral pero creo que deberías estar aquí para entonces,  no sé si tu madre querrá venir por como quedaron las cosas con tu padre, pero estoy segura de que tu abuelo querría que vinieses.

         Mi padre y mi madre llevaban  bastantes años juntos cuando ocurrió “el accidente”. Por aquel entonces, ella sospechaba que pudiera estar siéndole infiel o algo peor. Mi padre recibía llamadas a altas horas de la noche y desaparecía sin dar explicaciones; cuando volvía, mi madre estaba hecha una furia, pero al final siempre lo perdonaba y él parecía quererla de verdad. Pero una vez desapareció toda una semana, no apareció en casa, ni en el trabajo, ni en ningún lugar que él soliera frecuentar. La policía investigó el caso, descubrieron  que había tomado un vuelo a su país natal, aunque no se había puesto en contacto con sus padres, que seguían viviendo allí. Mi madre y yo viajamos hasta allí y tres días después de nuestra llegada, mis abuelos vieron el cobertizo del jardín trasero ardiendo, mi padre estaba allí dentro. Los agentes no pudieron determinar si se trató de un suicidio, un asesinato, o un accidente. Cuando los bomberos consiguieron extinguir el fuego, encontraron el cadáver de mi padre allí. Lo sacaron bajo una sábana pero se deslizó y pude ver los restos calcinados del que fue mi padre. No pude dormir en varias semanas y aun hoy, cuando ni siquiera puedo recordar su rostro, de vez en cuando me asaltan pesadillas relacionadas con el fuego. 

jueves, 3 de mayo de 2012

Capítulo 1


-¿No quieres un poco más?-insistió mi madre

-Por undécima vez mamá, no, estoy lleno.

-¿undécima? Estas exagerando.

-Las he contado, créeme. Me voy a la cama, estoy cansado.- no era cierto pero no veía otra manera de escaquearme.

-Antes de que te vayas, han llamado esta tarde cuando estabas en clase de guitarra.- me dijo, como si fuera una idea de última hora- No me ha querido decir quién era, el caso es que su voz me resultaba familiar…

-¿y…?-la animé a proseguir.

-He apuntado el número, está en la encimera, me han dicho que llames, decían que era urgente.- concluyó.

-Ah, pues gracias por decírmelo tan pronto como has podido- respondí irónicamente.

-Se me ha olvidado, tenía cosas que hacer, tal vez si ayudarás un poco más en casa… ¿Sabes que esta es la primera vez que me siento en todo el día?…

         Cogí el papel de la encimera y me fui a mi cuarto, dejando a mi madre con su monólogo en la cocina. Probablemente aún no se había dado cuenta de que, no solo no la estaba escuchando, sino que ni siquiera me encontraba en la misma habitación que ella. No me sentí culpable, me decía lo mismo todos los días, estaba seguro de poder recitar su sermón de memoria. Por primera vez miré con atención el número que sostenía en la mano, conocía aquel número, aunque tampoco se podía decir que habláramos mucho, estábamos muy unidos. Marqué y espere a que contestaran. Al sexto pitido cogieron, una voz ronca y temblorosa contesto al teléfono -¿diga? Se oyó desde el otro lado de la línea.    Era mi abuela. 

Prólogo


          En los amparos de la oscuridad una anciana desenterraba un cadáver del jardín trasero de su casa. Respiraba trabajosamente, le temblaban las manos y unas gruesas lágrimas corrían por sus arrugadas mejillas. Si alguien descubría lo que había hecho, no volvería a ver la luz del sol, como no fuera por una ventana con barrotes. Oyó un sonido fuera de lugar y la pala cayó al suelo. Inspiró profundamente y al soltar el aire, su aliento se convirtió en vaho al contraste con el frío de la noche. La mujer se repuso, sólo era el teléfono, pero, ¿quién la llamaría a aquellas horas? Entró inquieta  en la casa y respondió al teléfono. La voz se le quebró al  decir -¿diga?